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anécdotas de viaje

Historias

Un secado en Barcelona

21 agosto, 2017

Hace mucho tiempo leí no recuerdo dónde, que no se debe viajar con el pelo recogido pues la cola de caballo es muy incómoda a la hora de recargarse, ya sea en un asiento de avión, autobús o coche.

Desde ese día, antes de viajar voy al salón y pido que me sequen el cabello.

Cuatro o cinco horas antes de tomar un vuelo, me olvido del stress por un rato. Los días de estar viendo fijamente la maleta y estar repasando mentalmente si no se me olvidaba nada quedaron atrás.

 

Hoy en día prefiero ir a pistolearme el cabello, con suerte y un mínimo cuidado el peinadazo me durará unos dos días, con estas medidas preventivas evito andar espantando gente y de paso me siento la protagonista de la novela.

Lo mismo hago cuando me regreso, si el precio no es prohibitivo por supuesto. 

La única ocasión que me quedé con las ganas fue en París, por más que intenté convencerme no pude pagar 80 euros por un secado. 

Pero esa es otra historia que algún día les contaré, en este post les quiero platicar que estando yo en Barcelona a pocas horas de tomar el tren que me llevaría a Madrid, entré en una peluquería para preguntar el precio de un secado. 

Después de que la señorita me preguntó varias veces por coloro ? y le dije : No, gracias.  Me quiero secar el pelo.

Tall ? Tall de cabell ? mientras abría y cerraba en sus manos unas tijeras imaginarias . No, no gracias.- Dije

Saqué mi celular y le mostré una foto que traigo siempre de una mujer con el pelo suelto, con mi otra mano sostenía una secadora de pelo imaginaria y soplaba al mismo tiempo. Asintió. Asentí.

Me senté con ciertas reservas pues no sabía si me había entendido o no y entonces me empezó a cepillar el pelo y a acercarme la secadora a la cabeza sin hacer ningún tipo de tensión con el cepillo.

¡Que horror! la imagen de mi cabello esponjándose cual pastel en un horno me perseguirá por siempre, en menos de dos minutos me convertí en la versión femenina de Don King.

Nunca pensé que la barrera del lenguaje fuera a ser tan fuerte en la madre patria pero lo fue sin duda.

No pude más, y al ver que iba derechito a ser una versión del afro de los setentas hecho persona me paré, de un brinco llegué a la puerta y salí huyendo de ahí. 

Mientras corría me veía de reojo en los aparadores de la calle Enric Granados . Escuchaba a Gloria Trevi cantando su famosa canción del “pelo suelto” y al mismo tiempo a mi madre que como siempre, me decía “Peínate esas greñas por favor, que pareces la madre del aire”.

Y así oyendo a Gloria Trevi, mi mamá y mi voz interior, todas hablándome al mismo tiempo, de pronto la paranoia se apoderó de mí.

Mi otro yo me gritaba con urgencia ¡Piensa rápido! ¿Me meto a una tienda?, ¿Me regreso por mi liga?… 

Juraba que Barcelona entera me observaba, de verdad que nunca en mi vida había salido tan despeinada a la calle y lo irónico de todo este cuadro era que iba saliendo de un salón de belleza. ¡Ay no que circo!

Decidí seguir buscando y solo entré en una estética cuando comprobé que hablaban castellano. Me topé con el estilista más amable de todo Barcelona, le expliqué lo que quería y VOILÁ.

Me pasaron a una sala con lavabos ergonómicos que son la cosa más maravillosa de este mundo y me lavaron el pelo con un shampoo que olía exquisito, después me puso un acondicionador que tenía un aroma aún mejor y por último me secaron el pelo entre él y una chica igual de amable.

Platicamos de mi experiencia y nos reímos los tres con la complicidad que sólo existe entre amigos entrañables.

En menos de treinta minutos estaba en la calle con una melena que olía a menta y con el ánimo renovado. Lo dije, lo digo y lo diré, lo mejor de los viajes es la gente que uno conoce en el camino.

Comencé pensando que era la peor, pero fue la mejor experiencia que tuve en Barcelona y serán por siempre los 18 euros mejor gastados. 

Si tienes alguna experiencia de viaje que haya tenido un giro inesperado…cuéntamela en los comentarios.

 

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Fotografía: PEXELS


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Historias

Nunca es tarde para Eivissa

10 abril, 2017

Si hubiera buscado la casa ideal para vacacionar no hubiera encontrado esta, porque ni en un millón de años se me habría ocurrido buscar ahí.

Tal vez fue la ley de la atracción y la casa me halló a mí. Es perfecta, se encuentra al final de un sendero arbolado lejos del ruido, el tráfico y la contaminación; La rodean unos naranjales y el vecino mas cercano se encuentra a unos 1000 metros de distancia. 

La casa huele a bosque, mar y naranjas. Es una combinación de aromas que desconocía y que me resulta embriagante. Tengo la sensación de que cuando me vaya voy a extrañar este olor

Si tomas el sendero hacia el lado contrario, al final encontrarás una pequeña iglesia y una plaza.

No hay muchas cosas más en este pequeño pueblo llamado Santa Gertrudis y ni falta hacen, la quietud aquí es tal, que parece que estás en el fondo de una piscina, en cuanto llegas se te antoja la introspección. 

Cuando un amigo me convocó a una fiesta en Ibiza, confieso que tuve sentimientos encontrados, tenía añales queriendo ir, pero pensé que la invitación había llegado dos décadas tarde.

Muchas veces anticipe vacacionar ahí con el único propósito de empaparme de fiesta, después de todo pensaba que a eso iba uno a Ibiza y a estas alturas ya no se me hacía un destino muy apropiado para mí. ¨ Ibiza es para la huercada¨ pensaba yo.

En mi visita imaginaria a la isla, siempre me alojaba en pleno centro histórico, hasta en sueños quería sentir el bullicio de la gente, sus calles, sus bares y cuando mis anfitriones me informaron que no sería así, pensé que no conocería la Ibiza de a de veras.

Santa Gertrudis, Ibiza.

¡Ah! andaba yo muy mal, MUY. MAL. La auténtica Eivissa es una bohemia que ama el campo, el aroma de flor de naranjo, los senderos arbolados, el olor a pan recién horneado, los días con sol ardiente y noches frías estrelladas.

Es una aventurera que ama (y no perdona) el mercadito hippie los domingos por la mañana, desayuna temprano al aire libre, da largas caminatas por el campo, en la tarde platica en la terraza bajo una bugambilia, y cuando el silencio es absoluto, lo mismo disfruta un buen libro que el ulular del viento azotando la costa. 

Es experta en deportes acuáticos y la marina es su segunda casa, como diría Joan Manuel Serrat, tiene alma de marinero.

Cuando cae el sol quiere fiesta, como cualquier turista veraniega.  Por ahí de las once o doce de la madrugada sale vestida de noche, despampanante, como decía mi amigo Pepe Salazar, va parando el tráfico y así hará su entrada triunfal al Pachá, Amnesia, Space o al Usuahia. 

La noche es joven y lo mismo da una disco que otra, porque la fiesta comienza en cuanto sale el DJ, y termina a las tres de la tarde del día siguiente, empiece donde empiece…

 

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