Mi amiga y yo nos quedamos de ver en el mismo lugar a la misma hora, ordenamos lo mismo y en cuanto el mesero llegó con las bebidas inició el ritual que llevamos a cabo en automático desde hace ya varios años.
Después de el obligado (y apresurado) ¿Cómo estás? con el que abro siempre el guión, empecé con mi retahíla de conflictos internos y ella como toda befa se dedicó a asentir las siguientes dos horas y media.
Y aunque yo sé que todas tenemos una variedad increíble de amigas y cada una de ellas desarrolla una función vital para nuestra higiene mental a la que es buena para escuchar le tocó la peor parte.
Con cada una hemos desarrollado una dinámica muy diferente pues el ser humano es excelente para adaptarse o dicho de otro modo reconocer con quien si y con quien nomás no.
Así que si alguna vez allá por la época en que empezabas una amistad te quejaste con tu amiga X y ella te ignoró, al paso de el tiempo dejaste de quejarte con ella (por ejemplo).
Yo tengo amigas combativas que amo llevar conmigo cuando tengo que regresar algo que compré y no me gustó, amigas “truchas” para hacer cuentas que me encanta invitar a cenar fuera y amigas buenas para escuchar, a quienes busco cuando necesito desahogarme.
Amigas super divertidas que quiero en mis fiestas y amigas introspectivas que necesito cerca cuando quiero retraerme de todo.
A donde quiero llegar con esto es que muy probablemente ya caí en este patrón y mi pobre amiga que es buena para escuchar no conoce mi yo viajero, fiestero, peleonero, etc.
A esa amiga noble le hablo sólo para tirarle toda la basura que llevo dentro.
No le hablo cuando quiero ir de compras, no le hablo cuando voy al cine ni cuando se me atraviesa un concierto…
No que va…
Tampoco me interesa ser su paño de lágrimas porque la buena para escuchar es ella no yo.
Yo ya le puse esa etiqueta pues la pobre tiene la gracia (o desgracia) de saber escuchar sin interrumpir y eso ladies, la convierte en la víctima perfecta.
Y aunque desahogarse es sano y las amigas para eso son, yo tengo la obligación de buscarle solución a mis problemas y lo más importante dosificarle a mi buena y noble amiga mis sesiones de insatisfacción.
Si le amargo un día, más vale que me asegure de hacerla reír el otro.
Porque si cada vez que la vea va a ser lo mismo, entonces deja de ser placentera mi compañía y se vuelve un castigo insoportable para el interlocutor…
Si soy la típica “Zoila” hago a un lado ese chal tan sabroso, para darle paso a un monólogo aburridor y convierto a mi amiga en el confesionario de big brother.
A esa “santa” que busco sólo cuando ya estoy como el bote debajo de la gotera que necesita urgentemente quedar vacío sólo para volverse a llenar.
Después de el “chalecito” a ella la dejo intoxicada y así hasta el día en que la vuelva a llamar porque tengo ganas de “verla”
Mis “tragedias” no la entretuvieron, no la hicieron pasar un rato agradable, y tampoco le informaron algo útil o algo que no supiera de antemano.
Para colmo de males cuando llega la cuenta la divido en partes iguales y la pobre aparte tiene que pagar estacionamiento…
Nombre ¡Que negociazo! …para ella fue pérdida de su valioso tiempo y para mi consulta psicológica gratis.
Tiempo, dinero y esfuerzo invertidos en una “amistad” que a corto, mediano y largo plazo sólo me reporta beneficios a mi.
¿Qué sacó de bueno mi amiga ? Psssss…Nada.
En pocas palabras ella es un activo en mi vida y tristemente yo soy un pasivo en la suya.
Si es mi amiga y la quiero haré un balance, regresaré a ser un número negro en su vida, volveré a ser un activo para ella o muy pronto se retirará y estaré cada día más cerca de declararme en bancarrota.
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