Categorías: Historias

Joyas que cuestan poco y valen mucho.

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Hace unos días perdí uno de mis aretes favoritos. Tirarlo me dolió en el alma, pues me lo regaló un amigo que ya murió y ahora cada vez que veo el que quedó ahí colgando de mi alhajero podría jurar que esta triste, pareciera que sabe que no va a volver a salir, pero sobre todo creo que se percibe incompleto.

Se quedó un poco como yo cuando él murió. Por fuera parezco completa, pero por dentro me falta un cacho. Pero no todo esta perdido, pues ese arete se quedará ahí para recordarme todas las cosas maravillosas que viví mientras los traía puestos.

Es increíble cuantas emociones nos puede transmitir una  “cosa”.

¿Quién no tiene guardado un libro, una tarjeta, un brazalete o como yo, un arete sin par porque le hace revivir un momento sublime de su vida ?

Me gusta tanto la joyería de fantasía y por lo mismo tengo muchas cosillas, de todas esas, algunas ocupan un lugar especial en mi corazón, recuerdo perfectamente en que momento de mi vida me encontraba cuando las compré o cuando me las regalaron.

Hay cosas que no son muy de mi estilo, pero el solo hecho de recordar quién me las dio las vuelve piezas únicas.

Algunas de ellas las encontré cuando andaba de vacaciones, en cuanto las vi sentí el flechazo y cada vez que me las pongo, vuelvo a irme a ese lugar aunque sea por un ratito. Vuelvo a caminar por esa calle, juro que vuelvo a entrar en la tienda y puedo revivir cada detalle.

Tengo una memoria prodigiosa que me permite todavía darme este lujo y si  tuviera que elegir un accesorio, definitivamente me quedaría con la joyería de fantasía. 

Entre mis cosas favoritas esta un anillo estilo art deco que compré frente al museo Picasso en Barcelona.

Ese día caminé  por la ciudad, antes de dirigirme al museo visite la Catedral de Nuestra Señora del Mar, finalmente cuando llegué la fila para entrar al museo era larguísima y confieso que en un movimiento de esos que hacen los que siguen un partido de tenis muy atentamente, decidí mejor voltear hacia otro lado y entrar a una tienda que vendía una joyería exquisita.

Tengo también un collar de escarabajo del que me enamoré en cuanto nuestros destinos se cruzaron, antes de comprarlo fui a verlo varias veces sólo para asegurarme que no se hubiera ido con otra.

Después de pensarlo por unos días, pues confieso que estaba por encima de mi presupuesto, finalmente lo compré y hasta el día de hoy recuerdo el gusto que sentí cuando en lugar de regresarme con las manos vacías volví a casa con el escarabajo acariciándome el cuello.

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Era una euforia como si en lugar de un collar, portara una medalla olímpica.

Y como olvidar el cerdito que me regalo mi BFF (e.r) y que igual que mi arete se perdió…hace poco tiempo que volví  a Guadalajara, fui corriendo a Amor Apache (amo esta tienda ) e hice un pedido especial, ayer me llamaron que ya lo tienen y muy pronto esta historia tendrá un final feliz, como diría Timbiriche el cerdito y yo seremos uno mismo.

De todos los adornos que nos colgamos las mujeres a la hora de arreglarnos la bisutería es lo que mas disfruto. Si tuviera que hacerlo, no lo  pensaría dos veces y diría adiós a los cintos, las bolsas, los sombreros, bufandas, mascadas, lentes de sol, etc.

Tengo una debilidad por colgarme cosas, mi hermana padece del mismo “mal”.

Lo heredamos de mi mamá que dice que en su vida pasada fue gitana y con 88 años sigue amando los collares, las pulseras, los anillos y demás…..

Cuando veo a mi mamá arreglarse, es como si me viera al espejo y sólo puedo pensar dos cosas:

UNO No volveré a pedirle que tire cosas que tiene guardadas desde hace años.

DOS Declaro oficialmente que ya llegué a esa edad en la que comienzas a guardar “cosas que no sirven”.

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Fotografía: PEXELS



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