Fui a Mérida con la certeza anticipada de que iba a pasar unos días increíbles.
Nos vimos por primera vez hace muchos años (30) y sólo estuve ahí un fin de semana así que no tuvimos tiempo de tratarnos, pero lo poco que vi me fascinó.
Recordaba como en un sueño muy lejano una ciudad colonial hermosa, con un sol a plomo y tan resplandeciente que cegaba al reflejarse en la blancura de sus edificios.
También sabía que contaba con dos factores que amo encontrar en los lugares que visito:
UNO: clima cálido y DOS: oferta cultural variada.
Empezar con este entusiasmo un viaje (ok, mini viaje) es llevar la mitad del camino recorrido pues lo único que falta es llegar e iniciar la ardua tarea de desconectarse y disfrutar al 100 por ciento el entorno.
Lo que ignoraba es que me iba a enamorar de ella, cuando llegué tuve varios flashbacks de la ciudad rutilante que vagamente guardaba en mi memoria, me recordó a los pueblos blancos de Grecia y el sur de España
Me reencontré con un viejo amor y en ese momento me pregunté:
¿Por qué me tardé tanto en volver?
No sabía que iba a disfrutar tanto de su compañía, caminé por calles limpias, me deleité con una gastronomía exquisita, aprecié el arte en sus galerías y comprobé que la ciudad perfecta existe.
Mérida es tranquila, abierta, culta, segura y amable.
Te sigue la corriente y se pone en el mood que traigas ese día o esa noche, tiene pila para darle a mañaneros y trasnochadores.
Por si esto fuera poco, tiene una cocina de primer nivel y muchísimos restaurantes para comprobarlo, espacios culturales que promueven artistas locales, vida nocturna “movida” y una arquitectura envidiable entre muchas otras cosas.
Además tiene algo que AMO: El mar. La costa está muy cerca y por si fuera poco a pocos kilómetros de la ciudad hay incontables cenotes de aguas cristalinas y la vegetación abundante de la selva.
El contacto directo con la madre naturaleza siempre será una experiencia de otro mundo para las flores de asfalto como yo, los olores, colores pero sobre todo los sonidos que produce un manglar son alucinantes.
Ser vecina de Cancún no la ha hecho caer en la tentación de convertirse en la típica ciudad turística que ofrece poco o nada a sus fieles habitantes, a esos que no son nómadas y residen ahí los 365 días del año.
A los que sacrifican intereses personales por vivir en un puerto turístico que apuesta sólo por el viajero temporal que usa el espacio para divertirse, descansar y/o cerrar un trato.
El mismo que se irá dejando una derrama económica que creará más turismo pero no creará comunidad.
No, Mérida no se vende por tan poco.
A diferencia de Cancún no se cuelga hasta el molcajete para agradar a sus visitantes y mantiene ese aire de “menos es más” que tienen las ciudades coloniales más bellas y sobrias de México.
Es como una mujer que se sabe hermosa y no gasta en producción que no necesita, al mismo tiempo está firmemente comprometida con el clan que apuesta por ella y les recompensa esa fidelidad siendo la ciudad más segura de México.
Si vas preocúpate sólo de llegar con un buen guión que incluya estos TOP FIVE:
Yo fui decidida a ser la protagonista de la telenovela y no me falló... 😉
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