Hace mucho tiempo leí no recuerdo dónde, que no se debe viajar con el pelo recogido pues la cola de caballo es muy incómoda a la hora de recargarse, ya sea en un asiento de avión, autobús o coche.
Desde ese día, antes de viajar voy al salón y pido que me sequen el cabello.
Hoy en día prefiero ir a pistolearme el cabello, con suerte y un mínimo cuidado el peinadazo me durará unos dos días, con estas medidas preventivas evito andar espantando gente y de paso me siento la protagonista de la novela.
Lo mismo hago cuando me regreso, si el precio no es prohibitivo por supuesto.
La única ocasión que me quedé con las ganas fue en París, por más que intenté convencerme no pude pagar 80 euros por un secado.
Pero esa es otra historia que algún día les contaré, en este post les quiero platicar que estando yo en Barcelona a pocas horas de tomar el tren que me llevaría a Madrid, entré en una peluquería para preguntar el precio de un secado.
Después de que la señorita me preguntó varias veces por coloro ? y le dije : No, gracias. Me quiero secar el pelo.
Tall ? Tall de cabell ? mientras abría y cerraba en sus manos unas tijeras imaginarias . No, no gracias.- Dije
Saqué mi celular y le mostré una foto que traigo siempre de una mujer con el pelo suelto, con mi otra mano sostenía una secadora de pelo imaginaria y soplaba al mismo tiempo. Asintió. Asentí.
Me senté con ciertas reservas pues no sabía si me había entendido o no y entonces me empezó a cepillar el pelo y a acercarme la secadora a la cabeza sin hacer ningún tipo de tensión con el cepillo.
¡Que horror! la imagen de mi cabello esponjándose cual pastel en un horno me perseguirá por siempre, en menos de dos minutos me convertí en la versión femenina de Don King.
Nunca pensé que la barrera del lenguaje fuera a ser tan fuerte en la madre patria pero lo fue sin duda.
No pude más, y al ver que iba derechito a ser una versión del afro de los setentas hecho persona me paré, de un brinco llegué a la puerta y salí huyendo de ahí.
Mientras corría me veía de reojo en los aparadores de la calle Enric Granados . Escuchaba a Gloria Trevi cantando su famosa canción del “pelo suelto” y al mismo tiempo a mi madre que como siempre, me decía “Peínate esas greñas por favor, que pareces la madre del aire”.
Y así oyendo a Gloria Trevi, mi mamá y mi voz interior, todas hablándome al mismo tiempo, de pronto la paranoia se apoderó de mí.
Mi otro yo me gritaba con urgencia ¡Piensa rápido! ¿Me meto a una tienda?, ¿Me regreso por mi liga?…
Juraba que Barcelona entera me observaba, de verdad que nunca en mi vida había salido tan despeinada a la calle y lo irónico de todo este cuadro era que iba saliendo de un salón de belleza. ¡Ay no que circo!
Decidí seguir buscando y solo entré en una estética cuando comprobé que hablaban castellano. Me topé con el estilista más amable de todo Barcelona, le expliqué lo que quería y VOILÁ.
Me pasaron a una sala con lavabos ergonómicos que son la cosa más maravillosa de este mundo y me lavaron el pelo con un shampoo que olía exquisito, después me puso un acondicionador que tenía un aroma aún mejor y por último me secaron el pelo entre él y una chica igual de amable.
Platicamos de mi experiencia y nos reímos los tres con la complicidad que sólo existe entre amigos entrañables.
En menos de treinta minutos estaba en la calle con una melena que olía a menta y con el ánimo renovado. Lo dije, lo digo y lo diré, lo mejor de los viajes es la gente que uno conoce en el camino.
Comencé pensando que era la peor, pero fue la mejor experiencia que tuve en Barcelona y serán por siempre los 18 euros mejor gastados.
Si tienes alguna experiencia de viaje que haya tenido un giro inesperado…cuéntamela en los comentarios.
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